P. Rbén Antonio Macías Sapién
Homilía Dominical: “¿Quién dicen ustedes que soy yo?”
XXI Domingo Ordinario A
“¿Quién dicen ustedes que soy yo?”
Queridos hermanos y hermanas, ¡qué hermosa página la que este domingo nos presenta la palabra de Dios! El evangelio de este domingo (Mt 16,13-20) toca uno de los textos más importantes de Mateo y de la historia del cristianismo, en él Jesús lanza a sus discípulos una pregunta por demás importante y decisiva: “¿quién dicen ustedes que soy yo?” Esa pregunta va dirigida también a nosotros hoy. Es un dardo directo a nuestro corazón que Jesús nos lanza como a sus primeros discípulos. En lo personal, esta interpelación de Jesús me gusta y me hace reflexionar. Les comparto tres pensamientos.
Primero: La pregunta que Jesús hace a sus discípulos “¿Quién dice la gente que soy yo?” me hace descubrir a un Jesús atento a lo que cada uno está viviendo ante su persona, ante su palabra, ante la acción de Dios que en él se manifiesta. El Dios de Jesús no es un Dios indiferente, lejano al que no le importa nuestra vida y nuestros procesos de fe, un Dios omnipotente que vive lejano de nuestro diario caminar y que, por lo tanto, pensemos lo que pensemos de él, pues no le importa y basta. El es Dios y ya. No, no es así; es un Dios que se acerca a nosotros, que nos acompaña en nuestro proceso de crecimiento en la fe, que quiere que lleguemos al conocimiento pleno de su persona y de la vida divina que nos ofrece. ¡Qué grande y qué cercano es nuestro Dios!
Es por eso que Jesús se acerca y cuestiona, pero no se contenta con conocimientos superficiales o incompletos, he aquí un segundo pensamiento. Sí, está bien, la gente dice que soy Juan el bautista o un profeta, pero tú, ¿Quién dices que soy yo? Para Jesús es de vital importancia que sus discípulos le definan y se definan a sí mismos frente a su persona. Cada discípulo, tarde o temprano, a lo largo de su camino de fe se topa con esta penetrante cuestión: ¿Quién es Cristo para mí? Jesus quiere que hagamos la experiencia personal, que nuestro conocimiento sobre él no sea sólo de oídas, de habladas, lo que los demás dicen, quiere, en primer lugar, que cada uno haga su experiencia, lo busque, lo encuentre y afirme, como Pedro: “Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo”. Todo se juega en la profundidad de esta breve palabra: “Tú”.
Si la respuesta sólo constituye la repetición de una fórmula, pues ¡pobre de nuestra fe! Por el contrario, ese “tú”, y he aquí la invitación de hoy, ese “tú” puede encerrar la mirada abrazadora de dos personas que se encuentran, de dos existencias que se entrelazan, la conciencia de vivir el uno para el otro, como cuando la dicen dos enamorados mirándose a los ojos. ¡Tú eres…! Entonces, “tú” puede significar todo: el amor, el sentido de la vida, el interés prioritario, la felicidad encontrada finalmente, el gozo de estar vivos porque se está precisamente con ese “tú”. En un instante, Simón hace síntesis, no de sus conocimientos teológicos, no es una respuesta teórica, sino de su vida misma y de lo que ésta ha cambiado desde que ese hombre que tiene delante pasó a su lado, una mañana en la orilla del mar de Galilea, cuando él remendaba las redes.
¡Tú, tú, tú eres! A veces sólo esas dos palabras bastan para decirlo todo. Es el caso de cada uno de nosotros, mis hermanos religiosos, estamos aquí porque un día él pasó frente a nosotros, en el caminar de nuestras vidas y desde ese momento se convirtió en esa persona que le da sentido a todo, en ese “tú eres”.
Demos un pasito más en nuestra reflexión: La respuesta de Simón va acompañada de dos calificativos, “tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo”; la primera apunta a su pasado y al pasado de su pueblo, es el anunciado, el esperado, el que dará cumplimiento a las expectativas del pueblo, Mesías es un término judío lleno de significado. Para nosotros, decir, “tú eres el Mesías” significa reconocer que mi historia, mi pasado, ha sido un itinerario hacia Cristo y que, ese pasado, sólo tendrá sentido si el encuentro con Él se lleva efectivamente a cabo. Por eso mismo, el presente es crucial. Porque sólo en el presente puedo descubrir el significado profundo de lo que he vivido hasta ahora y, entonces, podré proyectarme también hacia el futuro. Por ello es imprescindible para el discípulo reconocer a Jesús, no sólo como el Mesías, sino como el Hijo de Dios VIVO; entramos en el segundo calificativo dado por Pedro. Llamar a Jesús de esta manera significa reconocer que él actúa de manera única en el hoy del discípulo, que es el Dios verdadero, calificado como vivo, no como teoría, o concepto, sino como realidad, como experiencia. Ese ser “vivo” significa que su vida se manifiesta en nuestra existencia, en nuestra dimensión, en las realidades que rodean al discípulo. Ser vivo es poder actuar. Esa es la diferencia de los dioses paganos que no son mas que “hechuras de manos humanas”, dioses que no actúan. Jesús es el hijo de Dios vivo porque actúa eficazmente en nuestra historia trayendo salvación, es decir caminos de crecimiento, de plenitud. Por eso Pedro lo llama así, su respuesta no es pues teórica, es toda una experiencia vivida, actual y que da sentido a su presente y a su futuro.
Una última y tercera reflexión la tomo a partir de la exclamación de Jesús: ¡Dichoso tú, Simón, porque esto no te lo ha revelado ningún hombre, ¡sino mi Padre! Vivir esta experiencia de encuentro con Cristo, profundo y verdadero, porque revelado por su Padre, nos convierte en misioneros, nos hace capaces de recibir una misión. ¡Desde ahora te llamarás Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia! Solo desde esta experiencia profunda de Cristo seremos capaces de proclamarlo y convertirnos en verdaderos misioneros. Sin ello, solo seremos predicadores de palabras vacías.
Queridos hermanos y hermanas, ante la pregunta de Jesús ¿Qué respuesta vamos a dar? Jesús no quiere una respuesta académica ni intelectual ni de simple catecismo, prefiere que le demos hoy una respuesta vital. “Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo” tiene que ser una respuesta que brote desde dentro de nuestro corazón, desde esa vivencia esencial y profunda del mesianismo de Jesús como experiencia vital de su misericordia y de su amor en la historia de cada uno de nosotros, una respuesta que nos haga testigos y por lo tanto misioneros. “Tú eres el mesías, el hijo de Dios”.